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Una breve teología de las Olimpiadas

En el año 776 a.C., la ciudad de Olimpia organizaba eventos deportivos cada cuatro años, en un periodo que se denominó “olimpiadas”. Históricamente, los juegos se crearon para traer unidad al mundo griego, que en ese tiempo estaba dividido por la guerra. Esto dio lugar a los Juegos Panhelénicos, con competencias cada tres años en Delphi, y cada dos años en el istmo de Corinto y Nemea.

Según los estudiosos del Museo Olímpico: “Estos juegos eran especiales porque unieron el mundo griego (pan=todo, hellene=griego) durante un tiempo en que Grecia no era un solo estado… Desde Grecia y las colonias (en Italia, el norte de África y Asia Menor), la gente viajó a participar o asistir en estos Juegos, inspirados por mutuo sentimiento de pertenecer a la misma cultura o religión”. En estos días que están pronto a celebrarse los XXXI Juegos Olímpicos de Verano en Río, vale la pena sacar un momento y meditar en el fenómeno de los deportes.

Olimpiadas en la Escritura

Es evidente que el mundo del deporte es significativo a nivel popular. Pero, ¿qué papel juega en la vida espiritual del hombre? Es interesante notar cómo el apóstol Pablo hizo varias referencias a esta actividad en sus escritos. Por ejemplo, 1 Corintios 9:24-27 nos dice:

¿No saben que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero sólo uno obtiene el premio? Corran de tal modo que ganen. Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos lo hacen para recibir una coronacorruptible, pero nosotros, una incorruptible. Por tanto, yo de esta manera corro, no como sin tener meta; de esta manera peleo, no como dando golpes al aire, sino que golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado.

Debido a la geografía e historia de Corinto, es probable que Pablo haya tenido en mente los mismos juegos ítsmicos cuando escribió estas palabras. Algunos piensan que el apóstol fue expuesto a este evento en la primavera del año 51 d.C., durante su visita a la ciudad griega, como se narra en Hechos 18.

En su primera carta a la iglesia de Corinto, Pablo animó a los creyentes a correr la carrera de la fe, para “competir” al ejercitar su dominio propio (1 Cor. 9: 24-27). Un atleta tenía que someterse a diez meses de entrenamiento estricto. Si no lo hacía, podía llegar a ser descalificado. Pablo explica que, mientras el atleta pasa por toda esta disciplina para recibir una corona que se marchita, los cristianos tenemos una corona que durará para siempre. Como escribió Gordon D. Fee: “en esta metáfora la ‘corona’ del cristiano no es un aspecto específico de la meta, pero la propia victoria escatológica… esta debería afectar la forma en que viven en el presente”. 

Esta no es la única vez en que Pablo menciona el atletismo. De manera particular, también nos dice lo siguiente en 2 Timoteo 4:6-8:

Porque yo ya estoy para ser derramado como una ofrenda de libación, y el tiempo de mi partida ha llegado. He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justiciaque el Señor, el Juez justo, me entregará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman Su venida.

Como el arqueólogo Oscar Broneer escribió:

Las palabras en griego tienen un sabor más claramente deportivo. Para demonstrar esto el pasaje podría traducirse: ‘He competido en los buenos juegos atléticos; He acabado la carrera a pie, he guardado la promesa (es decir, al competir con honestidad, con referencia al juramento deportivo). Lo que queda es para mí recibir la corona de justicia, la cual ha sido apartada para mí; que será otorgada a mí por el Señor, el árbitro justo, en aquel día’ (una alusión al último día de los juegos cuando, presumiblemente, los premios eran entregados a los ganadores).

Olimpiadas y la cosmovisión cristiana

Dios creó al hombre con la creatividad y la capacidad para inventar y participar en deportes. Es un producto cultural, y dado que la cultura es la religión del pueblo, el deporte también puede ser una forma de adoración. Sin importar a dónde se dirige esa adoración, el cuerpo humano, como creación de Dios, da testimonio de la obra creadora de Dios. El hecho de que el deporte puede ser ordenado, oficiado, y analizado testifica de la imagen de Dios en el hombre, porque sin Dios no puede haber tal cosa como el orden, la ley o la inteligibilidad. Nuestra capacidad de producir los deportes testifica que el hombre fue creado por Aquel en quien “todas las cosas permanecen” (Col. 1:17).

Ahora bien, los Juegos Panhelénicos rendían homenaje a los dioses griegos paganos. Las competiciones en Olimpia y Nemea estaban dedicadas a Zeus, Delphi honró a Apolo, y el istmo de Corinto rindió homenaje a Poseidón. Antes de cualquier participación atlética, los participantes tenían que hacer un juramento para jugar según las reglas en el Palaimon, una estructura subterránea situada cerca del templo del “dios de las aguas”.

Por su parte, en los Juegos Olímpicos modernos es el hombre quien recibe adoración. De hecho, los grandes eventos deportivos tienen en su misma esencia la búsqueda por la paz y la unidad, y el esfuerzo por poner fin a la guerra y los conflictos a través del deporte. El hombre ha ampliado la práctica del deporte a una celebración internacional. Se ha convertido en una parte de su búsqueda por una comunidad diversa pero unida, y para algunos un escape temporal de un mundo caído. La violencia de la Eurocopa 2016, sin embargo, derramada desde las gradas del estadio a las calles, es un recuerdo de que no hay escape de la condición caída del hombre. Dondequiera que el hombre vaya, él lleva su pecado allí también. El racismo y el odio que encontramos en una variedad de deportes solo demuestra que el hombre pecador no puede conseguir la unidad pacífica de todos los pueblos fuera del evangelio, el cual afirma que todos los hombres y mujeres son igualmente creados a la imagen de Dios (Gen. 1:27).

Pero, al igual que todos los productos culturales, el deporte puede ser redimido, y puede ser usado para la gloria de Dios, donde en lugar de pagar tributo al hombre o a los dioses falsos, Cristo puede ser glorificado como el Señor sobre todo. Considere a Stephen Curry, que al recibir el premio MVP de la temporada 2015-16 de la NBA, dijo:

En primer lugar, tengo que agradecer a mi Señor y Salvador Jesucristo por bendecirme con el talento para jugar este juego, con una familia que me apoya, día tras día. Soy su humilde servidor en este momento y no puedo dejar de decir lo importante que es mi fe para quien soy y cómo juego el juego.

Cualquier producto cultural o empeño que no da tributo al Señorío de Cristo, sino que exalta al hombre como su propio salvador, muestra su corrupción por la propia naturaleza pecaminosa del hombre y deshonra a Dios. A la vez, imagínese un gran torneo donde veamos a personas de todas las naciones, unidas en la glorificación de Cristo, como participantes de la verdadera comunión donde el amor y la justicia de Cristo reina. Tal realidad solo es posible por el poder transformador del evangelio.