Peleó más de 100 batallas contra el Imperio Español en América del Sur. Cubrió el doble del territorio de Alejandro Magno en sus campañas militares. Dirigió la independencia de las provincias del norte, y estableció la República de la Gran Colombia (1819-1831), cuyo territorio es actualmente parte de Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Panamá, Perú y Venezuela. Dedicó su vida a la liberación de los pueblos latinoamericanos de la opresión española, queriendo establecer una sociedad justa y equitativa.
Para muchos latinoamericanos, Simón Bolívar (1783-1830) es el aclamado prócer que trajo justicia, libertad e igualdad a América del Sur. ‘El Libertador’ Simón Bolívar es reconocido como héroe nacional en seis países sudamericanos. Interesantemente, Bolívar es una figura diferente para diferentes grupos: para los marxistas culturales, un guerrero de la justicia social; para los utopistas modernos, un modelo político; para los socialistas latinoamericanos, un símbolo de esperanza; y para algunos católicos, un semidiós (como para el sacerdote del siglo XX que oró: “Padre nuestro Libertador Simón Bolívar, que estás en los cielos de la democracia Americana: queremos invocar tu nombre”.[1])
Como cristianos latinoamericanos, ¿cómo podemos pensar sobre este hombre, esta prominente figura en la historia de nuestro continente? A primera vista, Simón Bolívar parece haber sido un nítido reflejo de los principios cristianos de justicia, libertad, e igualdad que permearon al mundo occidental. Pero si examinamos con más cuidado, notaremos que hay una gran diferencia entre su pensamiento y sus acciones y los valores de la cosmovisión cristiana.
La filosofía de la Ilustración
Existe amplia evidencia para decir que una de las influencias principales sobre Bolívar fue la filosofía de la Ilustración, ese movimiento intelectual y racionalista del siglo XVIII por medio del cual el hombre buscó “dominar por la razón, una serie de problemas humanos en el mundo, y, en particular, su lucha por la libertad, el progreso y la igualdad”.[2] Uno de sus instructores fue el filósofo venezolano Simón Rodríguez (1769-1854), quien estaba inmerso en la filosofía de la Ilustración. Bolívar, además, era un ávido lector de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), quien repudió la doctrina del pecado original en su obra Émile[3], un tratado sobre la educación que “permitiría la preservación de la libertad del hombre y de la bondad natural” para remediar la “degradación del hombre en la sociedad”.[4] Sobre todo, Bolívar estaba fascinado por el ateo francés Voltaire (1694-1778),[5] el mismo que creía que el primer paso hacia el progreso involucraba despojarse de la autoridad bíblica.[6]
Inconsistencias y decristianización
Intelectualmente, Bolívar era un materialista que negaba la existencia del Dios cristiano y del alma humana.[7] Creía que la vida termina cuando el cerebro cesa su función, y que las ciencias naturales eran el único medio por el cual podemos razonar.[8] ¿Cómo, entonces, justificó su lucha por la justicia, la libertad, y la igualdad? A fin de cuentas, sus ideales son socavados por su materialismo. Su cosmovisión no es capaz de proporcionar una explicación racional para lo que es moralmente bueno o malo, para lo que es progresivo o regresivo. Tampoco es capaz de distinguir entre lo absoluto y lo relativo, lo que inevitablemente conduce a una concepción uno-ista de la realidad y a una crisis existencial.
Bolívar se negó a reconocer las inconsistencias de su propia cosmovisión. De otro modo, las implicancias para su visión política de la Gran Colombia —si esta se hubiera realizado completamente— hubiesen sido tremendas. Lo que casi nunca se discute —quizás debido a la influencia católica en el culto de héroes en América Latina— es que el establecimiento de una sociedad con ideales bolivarianos (es decir, ilustrados y volterianos) habría significado la descristianización de una gran parte del continente.[9]
Nada más que un hombre
Si bien es cierto que Bolívar consiguió la independencia de seis países de Latinoamérica, no fue capaz de conseguir verdaderamente la justicia, la libertad, y la igualdad que buscaba. En un esfuerzo para mantener la unidad en su sociedad ‘ideal,’ asumió poderes dictatoriales. A pesar de eso, la división, la codicia y la corrupción condujeron a la vergonzosa fragmentación, al colapso de la Gran Colombia, y finalmente a la renuncia de Simón Bolívar.[10]
Puede que haya monumentos en honor a Bolívar y multitudes que lo idolatren, pero lo cierto es que él no es el verdadero libertador. Simón Bolívar fue nada más un hombre pecaminoso —como todos los demás— que intentó y luchó por alcanzar la justicia, la libertad, y la igualdad por sus propios medios. Ciertamente cumplió un papel en el plan soberano de Dios para la historia humana, particularmente en la fundación de las naciones de América Latina. Pero, desde un punto de vista cristiano, su vida y obra demostraron que el hombre no puede liberarse a sí mismo ni encontrar salvación. Lejos de Dios, somos esclavos de nuestra naturaleza pecaminosa, y nuestro pecado contamina todos los aspectos de la sociedad.
El verdadero Libertador
Por lo tanto, debemos ser cuidadosos al evaluar a Simón Bolívar. Podemos admirar sus proezas y hazañas, pero debemos verlas a la luz de la verdad bíblica. Todos —tanto él como nosotros— anhelamos una sociedad que exhiba justicia, libertad, e igualdad. Esto se debe a que fuimos sido creados para un mundo de perfección, no uno caracterizado por el pecado y la muerte. Pero no podemos crear ese mundo por nuestros propios medios. ¿Quién nos liberará?
La Biblia nos enseña que hay un solo Libertador, el único que tendrá éxito y jamás fracasará en el establecimiento de la justicia, la libertad, y la igualdad. Ese Libertador no es el hombre como individuo, ni el estado como hombre colectivo, sino el Dios-hombre, Jesucristo, quien a través de su vida y muerte, es la propiciación de nuestros pecados, y en cuya resurrección encontramos con el poder de la liberación: la libertad de la esclavitud al pecado. Es sólo desde la cosmovisión cristiana que podemos entender qué es la justicia: el orden correcto de la sociedad humana según la voluntad de Dios; lo que es la libertad,: ser libres del pecado para cumplir el propósito para el cual fuimos creados; y lo que es la igualdad: la humanidad creada igualmente a imagen de Dios.
Pongamos, entonces, nuestra esperanza en el verdadero Libertador, el Hijo de Dios, para la reconciliación del hombre con Dios, y del hombre con el prójimo, para la transformación de la vida, y para la restauración del mundo. No es por la fuerza política, el poder militar, o filosofías humanistas que veremos la regeneración del hombre, la restauración de todas las cosas, y la gloria de Dios manifestada en toda la creación, sino por el poder del Espíritu de Dios en Jesucristo, quien reina y gobierna como Rey y Salvador.
[1] David Bushnell, ed., Simón Bolívar: Man and Image (New York, NY.: Random House, 1970), 127.
[2] Jaime Jaramillo Uribe, Nueva Historia de Colombia, Tomo 2: República Siglo XIX, ed. Camilo Calderón Schrader (Bogotá, Colombia: Planeta Colombiana Editorial S.A., 1989), 11.
[3] Rousseau escribe “Il n’y a point de perversité originelle dans le cœur humain” in Jean-Jacques Rousseau, Émile Ou de l’Éducation: LIVRES I, II Et III. (Chicoutimi, Quebec: Cégep de Chicoutimi, 2002 [orig. 1762]).
[4] Norman Melchert, The Great Conversation: A Historical Introduction to Philosophy (New York, NY.: Oxford University Press, 2014), 450.
[5] Marshall C. Eakin, The History of Latin America: Collision of Cultures (New York, NY.: St. Martin’s Griffin, 2007), 178-179.
[6] Voltaire, Oeuvres Complètes de Voltaire, Volume 7, ed. Georges Avenel (Paris: Aux Bureaux du Siècle, 1869).
[7] Juan Guillermo Gómez García, La Carta de Jamaica 200 Años Después: Vigencia Y Memoria de Bolívar (Bogotá, Colombia: Ediciones B Colombia S.A., 2015), 80-82.
[8] Ibid.
[9] Ibid.
[10] Marie Arana, Bolívar: American Liberator (New York, NY.: Simon & Schuster Paperbacks, 2013), 5-6.