Pablo, en su epístola a la iglesia romana del primer siglo, escribe que “en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: mas el justo por la fe vivirá” (Ro. 1:17). A lo largo de la Escritura, el hombre se describe como sujeto al gobierno soberano de Dios, lo que significa que el hombre en su propia rebelión pecaminosa no puede escapar de la justa ira de Dios. Él ha violado la ley de Dios, y ha buscado la autonomía en todos los ámbitos. Cree en la ilusión de que él mismo puede ser su propio dios.
Esta cruda realidad de la naturaleza caída, delirante, y rebelde del hombre, que merece la plenitud del juicio del Señor, lo dejaría completamente impotente si no fuera por lo que Cristo hizo en la cruz. Al enviar a su Hijo como expiación sustitutiva por su pueblo, Dios cumplió la ley, porque, como Pablo escribe: “La paga del pecado es muerte” (Ro. 6:23).
La naturaleza justa y lógicamente consistente de Dios requiere de sí mismo justicia y consistencia. Pero frente a la rebelión del hombre, en lugar de aniquilar a la raza humana, Él eligió demostrar su gracia y misericordia al proporcionar un medio justo de redención.
En el primer Adán, todos los hombres llegaron a ser pecadores, pero en el último Adán, quien es Cristo, los hombres vuelven a vivir y son hechos justos (1 Co. 15:22, 45). Esta obra transformadora y redentora de Dios es central para la fe cristiana, y es el componente integral y culminante de la narrativa bíblica.
De acuerdo a las Escrituras, esta obra expiatoria de Jesucristo es apropiada por el creyente a través de la fe. La fe, entonces, es esencial en la vida cristiana. Sin embargo, a veces pensamos que la fe solamente aplica a nuestra salvación inicial. Pero no es así.
La fe: esencial en la vida cristiana
Pablo usa una frase en Romanos 1:17 que a menudo se entiende mal: “por fe y para fe” (o en el griego, “de fe para fe”). ¿Quiere Pablo decir aquí que uno pasa de la fe que tenían los israelitas en el Antiguo Testamento a la fe del evangelio? Así es como Orígenes (c. 184-254 d. C.) interpretó la frase,[1] pero va en contra de la expresión paulina. Por el contrario, las palabras “de fe para fe” deben entenderse en referencia a pasar de un grado a otro. Como escribe el erudito del Nuevo Testamento Joseph A. Fitzmyer: “La economía de la salvación de Dios es compartida cada vez más por una persona mientras que crece la fe: desde una fe inicial hasta una fe más perfecta o culminante”.[2]
Lo que Pablo está diciendo aquí es que la fe es absolutamente central en la vida del creyente. La fe culminante, en otras palabras, es una que se va perfeccionando hasta abarcar toda área de la vida.
La fe comienza reconociendo nuestra propia depravación: que nos quedamos cortos de acuerdo a los estándares de Dios y las normas establecidas desde la creación y, como resultado, es absolutamente necesario depender de la suficiencia de Dios.[3]
Por lo tanto, no solamente somos salvos por gracia mediante la fe, que es la fe inicial, sino como dice Pablo: “el justo por la fe vivirá”. El significado, por lo tanto, de la frase “de fe para fe” es explicado por Pablo en la cita que sigue. Por eso escribe: “Como está escrito”. El creyente debe, en otras palabras, vivir una fe que abarca todo, que da testimonio público del evangelio en todas las esferas de la vida. Es una fe inicial, pero continúa hasta ser una fe culminante.
La fe: la inspiración para la Reforma
Martin Lutero, el monje alemán que encendió la chispa de toda la Reforma protestante, se sentía condenado en un comienzo por lo que el apóstol Pablo había escrito aquí. Pero en este texto él llegó a ver, igual que en Habacuc 2:4, un poderoso recordatorio de que no es por buenas obras que el hombre natural se justifica ante Dios, sino por la gracia de Dios a través de la fe. Así lo dijo:
Una persona no puede ayudarse a sí misma con sus obras a pasar del pecado a la justicia más de lo que puede evitar su propio nacimiento físico… La fe es una obra de Dios en nosotros, que nos cambia y nos hace nacer de nuevo de Dios.[4]
Apreciaremos los comentarios de Lutero sobre este pasaje cuando consideramos las circunstancias de su propia vida. Inicialmente fue un estudiante de derecho, pero Dios en su providencia redirigió a Lutero hacia el estudio de la Palabra de Dios al convertirse en monje. Fue en el monasterio donde Lutero enfrentó su propia insuficiencia. Estaba sujeto a reglas que le decían cómo caminar, cómo inclinarse, cómo hablar, y cómo comer. Cada pocas horas los monjes tenían que abandonar sus habitaciones y dirigirse a la capilla para orar. Se dice que, en todo esto, Lutero superó a los demás monjes, llegando incluso a no tomar pan ni agua por tres días a la vez.
Lo que Lutero logró no fue por su piedad, sino por pura desesperación. Él sabía que Dios lo había llamado al ministerio, pero con urgencia buscaba la redención de su propia alma, porque cuanto más estudiaba la Palabra de Dios, más indigno y culpable se sentía bajo la carga de su propio pecado. Sus obras, aunque extremas, no podían aliviar su ansiedad. En cambio, se sentía cada vez más preocupado y miserable. Michael Reeves escribe cuán severa fue la lucha para Lutero:
Había innumerables pecados que tenían que ser absueltos, y Lutero no tomaría atajos cuando su salvación estaba en juego. Conducido a la confesión, él agotaba a sus confesores, tomando hasta seis horas a la vez para catalogar sus pecados más recientes (en el proceso faltaba a la capilla y así agregaba más oraciones a su lista de ‘cosas por hacer’)… En todo esto, estaba buscando desesperadamente una solución al problema de la salvación, una solución que parecía oculta por todo lo que sabía.[5]
Más adelante en su vida, sirviendo como profesor en la Universidad de Wittenberg, Lutero protestó contra la venta de indulgencias de la Iglesia romana al escribir sus 95 tesis y clavarlas en la puerta de la iglesia. Pensaba que por la manera en que se ofrecían las indulgencias, nadie realmente tenía que arrepentirse de sus pecados. Él sabía que esto estaba mal, que era una clara negación de la enseñanza de las Escrituras. Poco sabía él que sus tesis, escritas en latín y en lenguaje académico, provocarían la Reforma protestante en toda Europa.
La lucha por la verdadera fe
La lucha protestante en el siglo XVI no fue meramente sobre una reforma en las estructuras de la iglesia, sino sobre el evangelio mismo. Las tradiciones corruptas se habían introducido en la Iglesia y se consideraban a la par o complementarias a la autoridad de la Escritura. Los reformadores, al discernir este error y las consecuencias posteriores, protestaron contra esta elevación ilegítima de la tradición.
Lo que los reformadores buscaban era restaurar la Palabra de Dios a su lugar legítimo dentro de la Iglesia, y que la Palabra fuera soberana sobre toda tradición y autoridad humana. Solo al adherirse a la Escritura como la autoridad más alta podría conservarse y proclamarse el verdadero evangelio. Lo que el romanismo proponía era un evangelio de obras y gracia, como si la salvación fuera un esfuerzo conjunto del hombre y Dios. Los reformadores, por otro lado, proclamaban un evangelio por la gracia de Dios solamente, porque esto enseñaban las Escrituras.
Lutero, en su temprana lucha contra su propio pecado, y con falsos conceptos de un Dios enojado, caprichoso, y cruel, pudo ver la verdad cuando estudió Romanos 1:17: “Mas el justo por la fe vivirá”. Fue entonces que finalmente entendió la naturaleza justa y amorosa de Dios, y entendió por qué el evangelio es “buenas nuevas”. Así escribió sobre este pasaje:
Solo el evangelio revela la justicia de Dios, es decir, quién es justo, o cómo una persona se vuelve justa ante Dios, es decir, solo por la fe, que confía en la Palabra de Dios. La justicia de Dios es la causa de nuestra salvación.[6]
La fe aplicada a toda la vida
Hay mucho valor en lo que podemos aprender del comentario de Lutero, pero no debemos cometer el error de limitar este pasaje a la salvación personal, como tantas veces lo hizo él en sus escritos.[7] La Reforma protestante fue un gran movimiento liberador porque enfatizaba la gracia soberana de Dios en la justificación y redención del hombre. Sin embargo, algunos siguieron el ejemplo de Lutero, restringiendo Romanos 1:17 (y otros textos relevantes) a la salvación personal, y el protestantismo se convirtió gradualmente en una fe que era más restrictiva en su alcance, y por lo tanto retrocedió en su naturaleza.
¿Qué se entiende por “restrictiva en su alcance y retrocediendo en su naturaleza”? Como resultado de percibir el evangelio como exclusivamente relacionado a la salvación personal, la fe cristiana se redujo a una espiritualidad privatizada. Esto significa que el evangelio no tiene nada qué decir sobre la ley, el gobierno, la educación, las ciencias, la economía, la familia, o la academia. La consecuencia de esta concepción del evangelio es una Iglesia que no está involucrada en asuntos públicos, o quizá está involucrada, pero con una percepción dualista errónea de la realidad. En otras palabras, según este entendimiento, los asuntos personales relacionados con el espíritu son “sagrados”, mientras que las cosas que pertenecen a los asuntos públicos son “seculares”.
Pero, ¿es cierto ese dualismo? ¿No es más bien verdad que las presuposiciones religiosas sobre la realidad influencian y reflejan todo lo que hace una persona? Esto significa que nada es verdaderamente irreligioso. Mientras que un cristiano y una persona sin Dios pueden realizar las mismas tareas, ya sea cocinar, limpiar, o entrenar a un equipo deportivo, el cristiano busca glorificar a Dios, mientras que el hombre natural busca glorificarse a sí mismo.
Además, las Escrituras enseñan que Cristo es el Señor sobre todo el orden creado (1 Co. 15:25-28). Por lo tanto, no existe un dualismo sagrado-secular. El hombre está o voluntariamente sujeto al señorío de Cristo, o establecido en hostilidad contra Él (1 Jn. 2:15). Esto incluye todo lo que hace en el gobierno, leyes, economía, medicina, etcétera.
El evangelio, por lo tanto, comienza con la salvación personal, la fe inicial, pero no termina allí; se extiende a todos los aspectos de la interacción del hombre con la creación. La fe inicial del cristiano debe crecer hacia una fe perfecta y culminante, relacionada con cada área de la vida. Esto es así porque, si existe la religión verdadera, es decir, la verdadera fe aplicada (Stg. 1:27), y la religión subyace a todos los aspectos de la cultura,[8] entonces debe haber una forma correcta y verdadera de vivir la vida, es decir, de acuerdo a la Palabra de Dios.
Lutero y los reformadores se encontraron volcando la tradición en los lugares donde se encontró en conflicto con el testimonio de las Escrituras, y nosotros en nuestro día debemos revocar la tradición no bíblica de privatizar la fe cristiana. Hacemos esto mediante la proclamación de un evangelio comprensivo, con la esperanza de que el hombre, en Cristo, pueda ser restaurado a su propósito establecido desde la creación: el propósito de cultivar la creación de Dios hacia una civilización piadosa, porque la victoria de la salvación de Cristo no solo se aplica a la persona, sino a cada tarea cultural.
[1] Origen, Commentarii in Epistulam ad Romanos, 1.15; Patrologia Graeca 14.861.
[2] Joseph A. Fitzmyer, Romans: A New Translation with Introduction and Commentary, Vol. 33 (New Haven; London: Yale University Press, 2008), 263.
[3] Leon Morris, The Pillar New Testament Commentary: The Epistle to the Romans (Leicester, UK: Inter-Varsity Press, 1988), 70.
[4] Martin Luther, “Romans 1”. Bible Study Tools. Accessed February 06, 2018. https://www.biblestudytools.com/commentaries/luther/romans/1.html
[5] Michael Reeves, The Unquenchable Flame: Discovering the Heart of the Reformation, Kindle Edition (Nashville, TN: B&H Publishing, 2009), 38-39.
[6] Martin Luther, Commentary on the Epistles to the Romans 1, trans. J. Theodore Mueller (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1954), 41.
[7] Ibid., 25.
[8] Ver Joseph Boot, Gospel Culture: Living in God’s Kingdom (Toronto, ON.: Ezra Press, 2017).