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¿Jesús invalidó la ley o presentó una ley mejor?

Esta es una pregunta con la que la Iglesia ha luchado a lo largo de los siglos. Hay quienes interpretan la Escritura para decir que Jesús invalidó la ley para abrir paso a la gracia (lo que muchos antinomianos creen). Mientras que hay otros que interpretan la Escritura diciendo que Jesús presentó una nueva ley para reemplazar lo viejo, lo que la mayoría de los cristianos llaman la “ley de Cristo”. Estas no son las únicas posiciones, pero son quizá las más conocidas.

Para responder a la cuestión de la validez de la ley bíblica, debemos tener en cuenta los contextos literarios e históricos de los textos bíblicos, el significado detrás del texto en el idioma original, y también lo que otros pasajes tienen que decir sobre el asunto.

¿Qué enseñó Jesús?

Al preguntar sobre la validez de la ley bíblica —la ley establecida en el Antiguo Testamento— podemos recurrir a las palabras de Jesús en el sermón en el Monte.

No piensen ustedes que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir. Porque de cierto les digo que, mientras existan el cielo y la tierra, no pasará ni una jota ni una tilde de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que, cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los demás, será considerado muy pequeño en el reino de los cielos; pero cualquiera que los practique y los enseñe, será considerado grande en el reino de los cielos. Yo les digo que, si la justicia de ustedes no es mayor que la de los escribas y los fariseos, ustedes no entrarán en el reino de los cielos (Mateo 5:17-20).

El que Jesús haya dicho esto implica que la audiencia judía percibió su enseñanza como un nuevo conjunto de normas que potencialmente reemplazaría la ley del Antiguo Testamento. Como explica el comentarista John Nolland: “En términos judíos, cualquier intento de anular (Gk. kαταλύειν) la Ley podría haber sido visto solo con horror”.[1]

Jesús está explicando el propósito de su encarnación milagrosa. Él entró en el mundo creado no para abolir “la ley o los profetas”, como los judíos pudieron haber creído, sino para cumplirlos. Pero, ¿qué significa el griego πληρῶσαι para “cumplir”? El teólogo R.J. Rushdoony escribe que “cumplir” (plērōsai) significa “ponerlos [la ley y los profetas] a la fuerza”, argumentando que cualquier otra interpretación hace “violencia al claro significado” del texto.[2]

La fe cristiana era, en ese tiempo, “percibida como una religión nueva que buscaba derribar la ley ancestral de los judíos”, y debido a esto era la principal preocupación de Mateo “poner la ley y los profetas en la conexión más cercana posible”, y que tanto la Ley como los Profetas estuvieran cercanos a Jesús, ya que él entendió que lo profético permitió que la Ley fuera correctamente aprehendida, y que ambos son cumplidos plenamente en Cristo.[3]

En Mateo 5:18 se demuestra la autoridad de Jesús como Legislador y Rey: “mientras existan el cielo y la tierra”, ni una jota, ni una tilde, pasará de la ley hasta que “todo se haya cumplido”. Es decir, aunque la totalidad de la creación podría dejar de existir, lo que Dios ha dicho en las Escrituras es mucho más permanente que eso.

En cuanto al “jota” (Gk. ἰῶτα) o al “tilde” (Gr. κεραία) que Jesús menciona, el erudito del Nuevo Testamento Leon Morris explica que:

La jota fue la letra más pequeña del alfabeto griego, pero aquí… normalmente se entiende que se refiere a la yodh, la letra más pequeña del alfabeto hebreo… Jesús dice “Ni la letra más pequeña, ni la parte más pequeña de una letra”.[4]

Es, en otras palabras, una afirmación enfática de la validez de la Escritura, y como la ley bíblica es divinamente inspirada, por lo tanto, durará (1 Tim. 3:15). Como Rushdoony escribe, “hasta el fin de los tiempos, la ley de Dios, en su mismo detalle, permanecerá. Su significado y su intención siguen siendo válidos para siempre”.[5]

Desde una apología, a una afirmación enfática, el siguiente versículo sigue con una severa advertencia, una exhortación de Jesús, de que todo aquel que olvide uno de los mandamientos más pequeños será llamado “muy pequeño en el reino de los cielos”. El contraste no es un extremo entre el rechazo o la aceptación de toda la ley, que se aplicaría a los no creyentes y los creyentes, sino más bien, según Lenski, que el “dejar a un lado” (como dice en el griego) del menor de los mandamientos, ya sea por ignorancia o egoísmo, significaría interpretar o manipular erróneamente el significado de un texto vinculante y enseñar a otros a hacer lo mismo.[6] Mientras que el que cumple la ley y lo enseña todo será llamado “grande en el reino de los cielos”, porque está viviendo la revelación divina de Dios, cómo la ley bíblica siempre debe ser vista.

En el versículo veinte la autoridad de Jesús se afirma nuevamente, en que él dice: “Yo les digo,” como dice un rey a un subordinado, o como un juez le dice a un acusado, que si la justicia no “excede la de los escribas y fariseos”, no entrarán al reino de Dios. Durante el ministerio terrenal de Jesús, los escribas y los fariseos eran considerados los más piadosos de todos los partidos político-religiosos debido a su riguroso estudio y enseñanza de la ley (Lc 18:9-14). Eran considerados las personas más importantes de la sociedad judaica, y por lo tanto Jesús estaba diciendo que uno debe ser mucho más justo que los escribas y fariseos piadosos, que moral y culturalmente significaba “perfección”, pero porque esa estatura es una imposibilidad para el hombre lograr, no puede entrar en el reino de Dios por sus propios medios.[7] Las palabras de Jesús ilustran la necesidad del hombre de un salvador.

La motivación de la afirmación apologética de Jesús y su fuerte exhortación fue en responder a las “diversas tendencias antinómicas”, que no sólo incluían a los que podían tomar una posición en oposición directa a la ley, sino también a aquellos que “bajo el disfraz de la obediencia, el espíritu de la ley fue contravenido”.[8] En otras palabras, la observancia externa de la ley sin la observancia interna contraviene la ley, como en los casos ilustrados del odio (Mt. 5:21-22) y adulterio (Mt. 5:27-38). Pero a pesar de esto, las perspectivas antinómicas han surgido y persisten como la antítesis en la historia y comunidad de la Iglesia.

La misma ley se aplica

Es el aislamiento de este texto bíblico (Mt. 5:17-20) de su esquema general de la literatura de Mateo, incluyendo del resto del canon bíblico, lo que produciría una interpretación errónea tanto de la ley como del evangelio. Por ejemplo, en Mateo 7:12, Jesús enseñó lo que se ha llamado la Regla de Oro, “Así que, todo lo que quieran que la gente haga con ustedes, eso mismo hagan ustedes con ellos, porque en esto se resumen la ley y los profetas”. ¿Está Jesús dando una nueva ley que abrogaría a los antiguos? Lejos de ello, como dice Nolland, “La Regla de Oro no solo resume la enseñanza de Jesús sino que también resume la Ley (y los Profetas)”.[9]

Consideremos también Juan 13:34, que también debe ser reconciliado no solo con el evangelio de Juan, sino con la literatura colectiva de Juan (i.e., 1 Jn 5:2-3) y la totalidad de la Escritura, donde “Un mandamiento nuevo les doy: Que se amen unos a otros” no es en realidad un mandamiento “nuevo” (Deut. 6:5Lv. 19:18) que abroga lo antiguo, sino más bien como escribe McQuilkin: “Juan usó kainos [no neos], un nuevo aspecto de un comando antiguo”, el kainos en griego significa un “nuevo aspecto, nueva profundidad, nueva plenitud, o nuevo alcance”.[10]

La ley, por lo tanto, fue rechazada solo “como mediador y como fuente de justificación” como lo expresa Rushdoony, ¿cómo se puede entender la gracia sin la ley? ¿Y cómo se puede interpretar la misericordia y la justicia si la ley fuera abrogada?[11] La notable obra Instituciones de la Ley Bíblica, escrito por Rushdoony, “afirma la soberanía de Dios sobre todas las cosas (Salmo 24:1)” y porque creó todas las cosas y es dueño de todas las cosas, “la verdadera libertad solo puede estar bajo Dios y su ley”.[12] Como el teólogo R.C. Sproul explica, “no podemos vivir de acuerdo con nuestra propia ley”, la verdadera libertad solo puede ser realizada bajo la soberanía de Dios (Jn. 8:32).[13]

Jesús reconoció plenamente la ley, la afirmó públicamente, y la obedeció. Él vino, “no como destructor o innovador, sino para cumplir”.[14] El texto de Mateo 5:17-20 es claro en su significado cuando se reconcilia con su contexto histórico, cultural, y homilético. Jesús declara explícitamente que no había venido a abrogar la ley, a cancelarla, a anularla, sino a cumplirla, a ponerla en fuerza, a permitir que su pueblo hiciera de la ley una realidad interior. Formando parte de una homilía mayor, el Rey y el Legislador anunció el restablecimiento de la voluntad de Dios y la inauguración de su reino, restableciendo las mismas exigencias éticas del Antiguo Testamento y confirmando su enseñanza y autoridad con señales y milagros en los futuros capítulos.

El reino de Dios no es sin ley en su naturaleza; se caracteriza por su ética divina y justa establecida por Dios y habilitada por el Espíritu Santo. La ley puede hacer que los hombres sean declarados culpables por sus pecados, puede contener el mal en el mundo, y puede guiar al creyente en su progresiva santificación.

Que la enseñanza de la ley sea restaurada en la vida de la Iglesia, y su bondad y belleza se destaque en la vida del cristiano en todas las eras (Sal.1:1-2).


[1] John Nolland, NIGTC: The Gospel of Matthew, (Grand Rapids, MI.: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 2005), 217.

[2] R. J. Rushdoony, “Jesus and the Law – Research”, Chalcedon: Equipping to Advance the Kingdom, 2010, accesado el 8 de septiembre, 2016, http://chalcedon.edu/research/articles/jesus-and-the-law/.

[3] Nolland, NIGTC: The Gospel of Matthew, 218.

[4] Morris, PNTC: The Gospel According to Matthew, 109-110.

[5] Rushdoony, “Jesus and the Law”.

[6] Lenski, The Interpretation of St. Matthew’s Gospel, 211-212.

[7] Craig L. Blomberg, The New American Commentary: Matthew, Vol. 22 (Nashville, TN.: Broadman & Holman Publishers, 1992), 105.

[8] Ibid.

[9] Nolland, NIGTC: The Gospel of Matthew, 330.

[10] McQuilkin, Understanding and Applying the Bible (Chicago, IL.: Moody Publishers, 2009), 130.

[11] Rushdoony, The Institutes of Biblical Law (Phillipsburg, NJ.: P&R Publishing), 7.

[12] Boot, The Mission of God: A Manifesto of Hope for Society (Toronto, ON.: Ezra Press, 2016), 283.

[13] R. C. Sproul, Essential Truths of the Christian Faith (Wheaton, IL.: Tyndale House, 1992), 17.

[14] Ibid., 409.