La epidemia del Zika
El virus Zika ha estado recientemente en las noticias debido a su acelerado crecimiento en América Latina, provocando preocupación internacional por el riesgo de su expansión mundial, especialmente a los atletas y turistas expuestos al virus en los Juegos Olímpicos en Brasil. La fiebre del Zika es una enfermedad transmitida por mosquitos que se originó en Uganda, y ahora se está extendiendo en las Américas a través de la picadura de un mosquito infectado, o por medio de relaciones sexuales con personas infectadas. A pesar de que la propia enfermedad es leve en comparación con el dengue o la fiebre amarilla, la infección puede causar defectos cerebrales graves como la “microcefalia”, que se define como “un defecto de nacimiento cuando la cabeza de un bebé es más pequeña de lo que se espera, en comparación a los bebés de la misma edad y sexo”.
El mosquito que transmite el virus Zika es el Aedes aegypti, que se encuentra en 30 estados de los Estados Unidos, y según un descubrimiento reciente, “un mosquito relacionado que podría transmitirlo, Aedes albopictus… se encuentra en casi todos los estados; su área de distribución en los veranos más calientes afecta a Maine y Minnesota” [1]. El Aedes albopictus, una especie invasora, también está migrando a Canadá, lo que provoca que los mosquitos locales puedan también llevar el virus Zika y presentar problemas para madres embarazadas.
Los efectos de la microcefalia en los niños recién nacidos pueden variar de complicaciones relativamente menores a dolores constantes, convulsiones, ceguera, sordera, incapacidad de flexionar los músculos del cuerpo, incapacidad para moverse, gatear o caminar, e incluso la muerte prematura [2]. Según el periodista científico Donald McNeil Jr., el Zika es el único “virus transmitido por mosquitos que atraviesa la placenta de forma rutinaria para matar o paralizar los bebés… cuando otros virus transmitidos por mosquitos como el dengue, la fiebre amarilla, el Nilo Occidental y la encefalitis japonesa casi nunca lo hacen” [3].
Las presiones para legalizar el aborto
Los expertos del virus Zika aconsejan a las mujeres que viven en las áreas más infectadas aplazar sus embarazos, como por ejemplo el jefe de respuesta a la epidemia en Brasil, Dr. Claudio Maierovitch. Esto fue asimismo solicitado por los siguientes gobiernos: Colombia, Ecuador, Jamaica, El Salvador y la República Dominicana, todos los cuales han implorado que las mujeres esperen hasta dos años antes de considerar el embarazo [4].
Centro y Sudamérica son mayormente católicos culturalmente, y los arzobispos de cada país han acordado que “no hay nada de malo en ‘la práctica de la auto-disciplina’, para evitar el nacimiento de un niño deforme. Pero… el aborto está, por supuesto, fuera de cuestión” para las personas infectadas [5]. Los defensores del aborto han luchado por su legalización en América Latina desde hace años, y con la crisis actual del Zika, se han fortalecido sus esfuerzos para convencer a las sociedades católicas que el aborto es una acción sensata y humana.
Colombia, por ejemplo, proporciona servicios de aborto bajo circunstancias particulares, pero según Mónica Roa, jefa de estrategia de un grupo de derechos de mujeres con base en Madrid, Women’s Link Worldwide, el aborto no es suficientemente accesible porque no se encuentra disponible a pedido [6]. En Chile, Nicaragua, El Salvador y en la República Dominicana, el aborto es “ilegal bajo cualquier circunstancia”. Y aunque Brasil hace algunas excepciones, los legisladores están trabajando para reforzar las leyes existentes del aborto, condenando las mujeres que abortan a sus bebés con microcefalia con 4 años y medio de cárcel, una “contra-reacción a una petición de la corte brasileña que permita a las mujeres con fetos afectados con microcefalia terminar su embarazo”. Sin embargo, a la luz de estas leyes, Roa las considera como “ofensivas para las mujeres e incluso ridículas…”, mientras que la Coalición de Ciudadanos por la Despenalización del Aborto argumenta que la práctica es una necesidad en América Latina para aquellas que experimentan embarazos no deseados [7].
No debe sorprendernos de que los defensores del aborto saquen provecho de la epidemia del Zika. De hecho, existe “un precedente histórico de usar las epidemias para conseguir derechos reproductivos” [8]. Antes del caso Roe contra Wade, la epidemia de rubéola de 1964 contribuyó al debate sobre el aborto en Estados Unidos, ya que la epidemia “afectó a 20.000 bebés”. Ya en 1968, “cuatro estados habían aprobado leyes que permitían el término de un embarazo si había sospechas de un defecto congénito grave” [9]. Junto con la creciente epidemia del Zika las presiones sobre los países de América Latina para legalizar el aborto han crecido también. Sin embargo, a pesar de lo que dicen los defensores del aborto, el aborto no es una opción sensata ni humana.
Por el contrario, el aborto sancionado por el Estado es una forma de asesinato sistemático, una violación de la ley de Dios: “No matarás” (Ex. 20:13). Los defensores del aborto esencialmente consideran la santidad de la vida como inferior al derecho de la mujer a escoger, y esto es lo que vemos actualmente en la cultura occidental, donde el hombre en su autonomía moral se ha rebelado contra los preceptos de Dios. En un esfuerzo por justificar el aborto de un bebé, la sociedad occidental ha determinado que un bebé no es realmente una “persona” sino simplemente un feto, una masa de tejido, hasta que él o ella nazca. Pero eso no es lo que encontramos en la palabra inspirada de Dios.
En Jeremías 1:5 leemos: “Antes que yo te formara en el seno materno, te conocí, y antes que nacieras, te consagré, te puse por profeta a las naciones”.
¿Cómo pudo Dios consagrar y nombrar a un “persona no existente” como un profeta de las naciones? Lo que este texto implica es que Dios considera al no nacido como persona desde el mismo momento de la concepción. Otros pasajes bíblicos también hablan del trabajo activo de Dios en nuestra creación y formación en el vientre, la afirmación de nuestra personalidad, tales como el Salmo 139:13-16. El hecho de que Dios prescribe la pena de muerte (Ex. 21:22-25) para el que causa la muerte de un bebé en el útero nos dice que Dios considera que el aborto es el asesinato de uno individuo creado a su propia imagen (Gn. 1:26-27).
En esencia, lo que los defensores del aborto están diciendo, particularmente a aquellos que tienen bebés con microcefalia, es que los niños con discapacidades no son dignos de la vida y por lo tanto se puede acabar con sus vidas. Se considera que no son —desde una cosmovisión humanista influenciada por el darwinismo social— aptos para vivir o para reproducirse; y, por lo tanto, la atención médica se debe dar a los demás y no desperdiciarse en las personas con discapacidades. Pero Dios dice que esas personas también son creadas a su imagen, sin importar su discapacidad, y que también merecen vivir, porque ellos son la creación de Dios.
La respuesta de la Iglesia
McNeil Jr. tenía razón al decir que la Iglesia ha sido fuerte en el tema del aborto en América Latina (10), demostrando su influencia en la protección de la vida de los no nacidos. Pero en medio de esta epidemia, que junto a otras son producto de la maldición (Rom. 8:20-21), la Iglesia también debe tener compasión por esas madres que han sido infectadas por el Zika y que están esperando (o que ya han dado a luz a) bebés con microcefalia. Las familias que han sido devastadas por el descubrimiento de que sus hijos no pueden caminar, moverse, ver o escuchar a lo largo de sus vidas, necesitan consuelo, amor, y la asistencia social de la Iglesia.
Después de todo, fueron los cristianos quienes a menudo dieron su vida en las plagas históricas, como el médico Dr. Carl Percival escribe:
Los cristianos creen que la tumba no es el fin. Eran los primeros en estar dispuestos a arriesgarse durante las epidemias y plagas… Este principio cristiano de cuidar a los débiles, los pobres, los marginados, los que parecen no merecer nada, se ha institucionalizado en nuestra cultura y es emulado por otras culturas [11].
Es en esos momentos que hay que recordar Romanos 12:15: “Gócense con los que se gozan y lloren con los que lloran”. La Iglesia debe orar por la sanidad y por el consuelo de los afectados, pidiendo protección para aquellos que no han sido afectados por la epidemia, y siempre demostrando solidaridad no solo con palabras, sino con acciones de caridad y compasión; no siendo indiferentes a las aflicciones de los demás, sino ejemplificando la solidaridad como “una importante virtud cristiana” [12]. Y al llorar con los que lloran, la Iglesia proclamar la esperanza que tenemos en el evangelio, en aquel que “enjugará toda lágrima de nuestros ojos”; y que con el regreso de Cristo ya “no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado” (Ap. 21:4). Él invertirá todos los efectos del pecado y redimirá completamente el orden creado.
[1-10] Donald G. McNeil Jr., Zika: The Emerging Epidemic (New York, NY.: W.W. Norton & Company, 2016), 18, 176; 13-14; 18; 135-136; 136; 137-138; ibid.; ibid; 143; ibid.
[11] Carlisle Percival, ‘The Imago Dei in Modern Healthcare’, in Jubilee: Recovering Biblical Foundations for Our Time, ed. Joseph Boot, by Ezra Institute for Contemporary Christianity, Spring 2012. (Toronto: Ezra Institute for Contemporary Christianity, 2010), 15.
[12] Leon Morris, The Epistle to the Romans (Grand Rapids, MI.: W.B. Eerdmans: 1988), 449-450.