Simeón los bendijo, y le dijo a María: “Dios envió a este niño para que muchos en Israel se salven, y para que otros sean castigados. Él será una señal de advertencia, y muchos estarán en su contra. Así se sabrá lo que en verdad piensa cada uno. Y a ti, María, esto te hará sufrir como si te clavaran una espada en el corazón” (Lucas 2:34-35, La Biblia traducción actual).
La vida terrenal de JESÚS estuvo signada por dos hechos imposibles en cualquier otro ser humano: Su Encarnación por medio de una virgen y su resurrección. Jesús es el único hombre que desde antes de nacer sabía todos los misterios, secretos y designios del Padre sobre su vida, muerte y resurrección. Sin duda no lo supo desde que era un bebé, por eso el evangelista Lucas lo aclara: “El niño Jesús crecía en estatura y con poder espiritual. Estaba lleno de sabiduría, y Dios estaba muy contento con él” (Lucas 2:40, La Biblia traducción actual).
Durante la temporada navideña, y mientras celebramos a Jesús, es bueno que mantengamos en mente dos aspectos tocantes al bebé que descansa en el pesebre: La Navidad y el Calvario. Ambos eventos los celebramos los seguidores de Jesús, distantes el uno del otro. Sin embargo, ambos eventos son parte de la iniciativa de Dios para alcanzar al ser humano con sus planes de salvación a los pecadores. Alguien dijo: “A la vida de Jesús se le cataloga por dos imposibilidades: el vientre de una virgen y una tumba vacía.” Jesús entró al mundo a través de una puerta que tenía el aviso de “no se permite la entrada” y salió del mundo a través de otra puerta que tenía el aviso de “Sin salida”.
En efecto, el pesebre de Belén y la cruz del Calvario nos recuerdan que Jesús vino en el tiempo de Dios, que nunca se mide por nuestros relojes humanos ni por una fecha del calendario. El tiempo de Dios (Gr. Kairos) es cada uno de los eventos divinos en los cuales Dios mismo interviene en el tiempo humano (Gr. Kronos) para hacer un milagro. Así lo señala el escritor de Hebreos: “Pero cuando llegó el día señalado por Dios, él envió a su Hijo, que nació de una mujer y se sometió la ley de los judíos. Dios lo envió para liberar a todos los que teníamos que obedecer la ley, y luego nos adoptó como hijos suyos” (Gál. 4:4-5, La Biblia traducción actual).
La Biblia nos dice que Dios, desde antes de la fundación del mundo, quiso tener una familia compuesta por dos tipos de seres: los ángeles y los humanos. Los hizo con la libertad de que escogiéramos si queremos ser familia de Dios o no. La obediencia al Padre fue y es, la condición para mantenerse en los planes perfectos de Dios. Ambos seres le han fallado. Los ángeles que desobedecieron a Dios se convirtieron en demonios sin posibilidades de retorno y están comandados por Satanás. Los seres humanos estábamos en los hombros de Adán y Eva, nuestros primeros padres, en el día en que desobedecieron, y a raíz de ello, el ser humano se declaró enemigo de Dios, pero con la esperanza del arrepentimiento y retorno a la familia de Dios. Satanás, el enemigo de Dios, fue el agente para la desobediencia de los seres humanos en forma de serpiente. Satanás es el acusador de los seres humanos delante de Dios en el tiempo presente, sin embargo, Dios dice: “Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón” (Gén. 3:15, NVI). ¡JESÚS es prometido!, pero en el día señalado por Dios, ¡Él vino para deshacer la obra del diablo! Y pronto volverá para acabar con Satanás para siempre. ¡El poderoso enemigo de Dios y de nosotros tiene sus días contados!
Así tenemos que celebrar el cumplimiento de esta profecía en Navidad. Jesús se vistió con un cuerpo como el nuestro, pero nacido de una virgen. Jesús es la simiente de la mujer prometida. Jesús vivió como nuestro Maestro para llevarnos a conocer al Padre. Un día, aquella mujer, la madre de Jesús, vio el sacrificio del fruto de su vientre clavado en una cruz por nosotros los pecadores. ¡Allí Jesús estaba uniendo al cielo con la tierra! ¡Reconciliándonos con Dios por medio de su obediencia perfecta! Hoy podemos ser llamados hijos de Dios; somos parte de la familia de Dios, ¡porque Jesús lo hizo posible! Sí, Jesús murió y fue sepultado, pero el primer día de la semana, el domingo, muy de mañana, el Padre lo resucitó de la tumba. Hoy en día usted va allí y ve asombrado: ¡la tumba vacía! Sí, en efecto, por su resurrección el Padre lo ha hecho SEÑOR Y SALVADOR.