En el párrafo inicial de la introducción a la Confesión de Fe Bautista de Londres de 1689, se nos dice que los líderes bautistas que se reunieron en Londres, Inglaterra, ya en 1643, creían que la publicación de la Confesión era una “necesidad”. ¿Por qué era necesaria? Porque, en el tiempo en que esta Confesión fue publicada, la fe cristiana profesada por los fieles del Señor estaba siendo públicamente tergiversada. Además, existía una desagradable tendencia dentro de la iglesia en general a acusar y tratar a los bautistas como herejes sectarios, lo cual era una calumnia total, dado lo falso de tales acusaciones. Por esta razón, la introducción afirma que “de ninguna manera éramos culpables de aquellas herejías y errores fundamentales que con demasiada frecuencia se nos habían imputado sin causa ni justificación alguna por nuestra parte”[1]. Aunque hoy en día esto ya no es así, la Confesión sigue proporcionándonos las bases bíblicas de nuestras convicciones bautistas.
¿Qué otra razón dieron los autores de 1689 para justificar la necesidad de la Confesión? Pues bien, la publicación de la Confesión fue considerada como un método muy completo en su diseño para explicar y comunicar el resumen de aquello que creemos según la revelación de las Escrituras. Y no solo lo que creemos, sino también lo que sentimos en nuestros corazones como resultado de la obra del Espíritu de Dios en nosotros. Reconocemos que las Sagradas Escrituras son la Palabra inspirada de Dios (2 Tim. 3:16–17; 2 Pe. 1:21), pero para que podamos recibirla como tal, necesitamos la obra regeneradora e iluminadora del Espíritu de Dios (Ez. 36:26–27; Jn. 3:5–8). De lo contrario, nuestros corazones estarían espiritualmente muertos (Ef. 2:1; Col. 2:13), y nuestros ojos ciegos a las verdades divinas comunicadas por la Palabra de Dios (2 Cor. 4:3).
Como se puede notar al leer la Confesión de 1689, no solo es exhaustiva en su alcance, sino también sistemática en su presentación, lo cual permite a sus lectores regresar a ella una y otra vez para un estudio diligente de las Sagradas Escrituras. Esto no significa en absoluto que la Confesión haya sido pensada como un sustituto de la Palabra de Dios, ni que deba ser tratada como si estuviera al mismo nivel que la Escritura. La Confesión no es inspirada, puede comunicar verdades infalibles, pero no es inspirada. Sin embargo, como resumen fiel de lo que enseñan las Escrituras, es una herramienta útil para el estudio de la Palabra de Dios, proporcionando abundantes referencias bíblicas para cada tema tratado. Bien podría decirse que la Confesión no solo presenta las Escrituras como la autoridad suprema para el hombre, sino que presupone esta verdad. Como afirma la introducción, las referencias bíblicas proporcionadas sirven como “prueba de lo que afirmamos”, siguiendo el espíritu y el ejemplo de los bereanos, quienes, en Hechos 17:10–12, escudriñaban las Escrituras después de oír al apóstol Pablo para “ver si estas cosas eran así o no”[2].
La respuesta a nuestra pregunta, “¿Por qué deberíamos estudiar la Confesión de Fe Bautista de Londres de 1689?”, se amplía aún más en los propósitos declarados por la Confesión. El quinto párrafo de su introducción enumera los siguientes propósitos[3]:
- Que andemos humildemente con nuestro Dios;
- que ejercitemos el amor y la mansedumbre entre nosotros;
- que perfeccionemos nuestra santidad en reverencia al Señor;
- que las palabras de nuestra boca sean el evangelio;
- que promovamos apasionadamente la verdadera religión; y
- que guardemos la verdadera religión sin mancha delante de Dios.
Podemos preguntarnos, ¿qué quiere decir la Confesión con la frase “verdadera religión”? Aunque muchos han usado este término libremente para referirse a una “justicia basada en obras” (pensemos en el popular pero profundamente erróneo lema “relación, no religión”), eso no es lo que aquí se quiere decir. El término “religión”, en este contexto, significa “adoración”. Podríamos entonces parafrasear el propósito (5) como “que promovamos con pasión la verdadera adoración”. Y por “adoración”, no me refiero a cantos, sino a la adoración en todo sentido, manifestada en la vida del creyente en todas las áreas de su existencia. El filósofo reformado H. Evan Runner (1916–2002) dijo una vez que “La vida es religión”. Tenía razón[4]. Todo lo que hacemos, todo lo que pensamos, todo lo que decimos, es ya sea adoración vertical a Dios (verdadera adoración) o adoración horizontal de la creación (idolatría). Observa a la iglesia, y verás que la vida de la iglesia está marcada por su adoración a Dios. Pero observa al mundo, y notarás que su vida está marcada por la adoración a la creación (Rom. 1:18–32). Más específicamente, la adoración del yo.
Lo que quizás más aprecio —y esto tal vez se deba a mi pasión por los principios de la Reforma— es el séptimo propósito declarado, que es “reformar en primer lugar nuestros propios corazones y caminos”[5]. Cuando hablamos de “reforma”, estamos presuponiendo que ha ocurrido algún tipo de deformación, y podemos atestiguar, por lo que hemos visto en la revelación general y especial de Dios, que nuestros corazones han sido efectivamente deformados por la influencia corruptora del pecado. Esta Confesión, por tanto, sirve para reformar nuestros corazones (y los caminos que de ellos fluyen) conforme a la enseñanza de las Escrituras, reconociendo, como lo hicieron los autores de 1689, que tal reforma solo puede realizarse por el poder y ministerio del Espíritu Santo.
Hay una razón final proporcionada por los autores de 1689 para explicar por qué la publicación de la Confesión se volvió una necesidad, y como podemos notar hoy, sigue siendo válida en nuestros tiempos. El penúltimo párrafo de la introducción dice:
Y verdaderamente hay una fuente y causa de la decadencia de la religión en nuestros días que no podemos dejar de mencionar y de urgir encarecidamente su corrección, y es el descuido del culto a Dios en las familias por parte de aquellos a quienes se les ha confiado su dirección y cuidado[6].
En palabras más simples, hay una razón por la cual nuestra cultura se ha apartado de la verdadera adoración, por la cual ha degenerado hasta llegar al punto actual, y por la cual la iglesia ha sufrido pérdidas en lugar de avanzar en la proclamación del evangelio en cada esfera de la vida. Esa razón es el fracaso de los padres en discipular a sus hijos.
En el libro del Antiguo Testamento de Jueces, el pueblo de Dios atravesó numerosos ciclos de juicio y liberación. Una razón dominante por la cual sufrían juicio tras juicio era el hecho de que aquellos que fueron liberados por Dios no hicieron ningún esfuerzo por instruir a sus hijos a ser fieles a Dios. Como resultado, las generaciones siguientes cometieron los mismos pecados que sus padres, y una vez más se encontraban bajo el juicio de Dios —y esto se repite a lo largo del libro. En otras palabras, las lecciones valiosas de una generación nunca se transmitieron a la siguiente.
Los redactores de la Confesión reconocieron que esto estaba sucediendo en la iglesia del siglo XVII, y me entristece decir que la situación hoy en día es aún peor. En aquel entonces, era normal catequizar a los hijos, instruirlos con una serie de preguntas y respuestas sobre las verdades de las Escrituras. Hoy, la idea de catequizar a nuestros hijos ha sido cada vez más olvidada entre los bautistas, y como resultado, los padres muchas veces se preguntan por qué sus hijos no han continuado en la fe verdadera. Ahora bien, antes de que alguien mencione el tema de la elección incondicional —que a menudo se usa para disminuir nuestra culpa y responsabilidad—, sí, Dios ha elegido a su pueblo (Ef. 1:4; Hch. 13:48; Rom. 8:29). Sí, Dios ha predestinado a algunos para salvación (Rom. 8:29; Jn. 15:16; Ef. 1:11). Pero la obra soberana de elección de Dios, tal como se manifiesta en el tiempo y el espacio a lo largo de la historia creada, y tal como es revelada en las Escrituras, no anula nuestra responsabilidad humana (2 Cor. 5:10). La Confesión de 1689, por lo tanto, sirve como una herramienta didáctica para ayudar a los padres en el discipulado de sus hijos, al proporcionarles una comprensión clara de lo que las Escrituras enseñan como verdadero. Como creyentes, entonces, catequicemos e instruyamos fielmente a nuestros hijos en el camino del Señor, sean estos nuestros hijos literales o espirituales, para que puedan estar “sazonados con el conocimiento de la verdad de Dios revelada en las Escrituras”.
¿Cuál es, en resumen, la esperanza de lo que podemos obtener al estudiar la Confesión de Fe Bautista de Londres de 1689? Aparte de lo ya dicho, consideremos lo que se expresa en la oración final de su introducción:
Concluimos con nuestra ferviente oración de que el Dios de toda gracia derrame sobre nosotros aquellas medidas de su Santo Espíritu, para que la profesión de la verdad sea acompañada de la sana creencia y práctica diligente de la misma por nuestra parte, para que su nombre sea glorificado en todo por medio de Jesucristo nuestro Señor. Amén[7].
Para quienes buscan un recurso complementario a la Confesión de Fe Bautista de Londres de 1689, uno que proporcione una guía sencilla pero profunda a su contenido, recomiendo To the Judicious and Impartial Reader: An Exposition of the 1689 London Baptist Confession of Faith, de James M. Renihan, publicado por Founders Ministries, un ministerio bautista reformado con sede en Cape Coral, Florida. Como afirma Renihan, “De ninguna manera la Confesión presenta una teología árida y polvorienta; más bien, está llena de vida y vigor”[8].
[1] “Introducción”, La Confesión de Fe Bautista de 1689. Consultado el 20 de noviembre de 2023, https://www.the1689confession.com/1689/introduction
[2] Ibid.
[3] Ibid.
[4] Para más información sobre este tema, véase Life is Religion: Essays in Honour of H. Evan Runner en la Biblioteca Digital del Instituto Cántaro, publicado originalmente por Paideia Press, 1981.
[5] “Introducción”, La Confesión de Fe Bautista de 1689.
[6] Ibid.
[7] Ibid.
[8] James M. Renihan, To the Judicious and Impartial Reader: An Exposition of the 1689 London Baptist Confession of Faith, Baptist Symbolics, Vol. 2 (Cape Coral, FL.: Founders Ministries, 2022), 20.