Esta es la tercera parte de una serie sobre el Diluvio de los días de Noé. Hasta aquí, hemos visto la importancia de la enseñanza del Diluvio, y que va más allá de ser sólo una clase para niños. También estudiamos algunas características y el propósito del Diluvio y el Arca. Ahora cambiamos dirección a ver lo que todo el relato del Diluvio nos enseña acerca de Dios, y como un mundo cada vez más humanista lo acusa por sus acciones.
El Dios que envió el diluvio
El escéptico diría (y suele decir), “supongamos que es verdad. Que tu Dios envió un Diluvio que cubrió todo el planeta. Eso hace de tu Dios un asesino.” Antes de responder, es interesante notar que estas son las mismas personas que tienden a defender el aborto al decir que la madre tiene la libertad para elegir, pero cuando el Creador decide elegir, ya no les gusta la idea. Incluso, solamente si Dios existe, puede uno tener el fundamento lógico para hablar de categorías como el bien y el mal. Porque si todos estamos aquí por un accidente de choques químicos al azar (tal como lo afirma el modelo/filosofía naturalista), no existiría una ley moral universal, sino solamente instintos y nuestras opiniones subjetivas. Si solamente existen opiniones subjetivas, entonces una queja contra las acciones de Dios de parte de un escéptico, tendría que caer en esa misma categoría de opiniones subjetivas y así socavar su mismo argumento.
No obstante, Dios sí existe. Y el Dios único decidió extinguir a estas personas y lo hizo siendo 100% justo. Los hombres y mujeres ofenden al Creador Santo, Justo y Puro con su rebelión y transgresión día y noche. Su Santa ira está por encima de ellos (Juan 3:36) así que el simple hecho de que siguen viviendo por cada segundo de su existencia, es por la gracia y misericordia de Dios. De hecho, el problema es aún mayor que el suceso del Diluvio. ¿Por qué tenemos que morir en primer lugar?
Varias veces sale esta pregunta en los paneles por donde tengo el honor de viajar y compartir. La anciana que ama a sus nietos tiene que sufrir y morir al igual que el homicida que ha violado a niños. ¿Por qué esta aparente injusticia?
Desde la caída del hombre (Gen 3), la muerte llegó a ser la salida de esta vida (Rom 5:12) para toda vida sobre la tierra (menos Enoc). Lo más devastador es que, “vuestras iniquidades han hecho separación entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados le han hecho esconder su rostro de vosotros para no escucharos.” (Isaías 59:2)
Sin embargo, la muerte física no es el verdadero problema existencial para los seres humanos. De hecho es una muestra de la misericordia de Dios. Consideremos el siguiente escenario producto de la imaginación:
Adán y Eva pecaron y por ende, se cortó su relación con Dios, el Creador. De ahí, ellos llenan la tierra con hijos como Caín, y tátara nietos como lo es descrito en Génesis 6. Estas personas nunca experimentan la muerte y guerras estallan sobre toda la tierra cuando llega el día en que Nerón, Hitler y Nimrod luchan por el poder mundial (y ninguno muere de entre ellos ya que no existe la muerte). Pero la situación es aún peor. El corazón de todo ser humano es descrito así: Más engañoso que todo, es el corazón, y sin remedio;¿quién lo comprenderá? (Jeremías 17:9) Esto describe el corazón de ambos, el del emperador Domiciano que persiguió a la iglesia y el de la anciana que es abuelita cariñosa. Incluso nos recuerda que para el corazón humano malvado, no hay remedio. Esta sería una sentencia eterna donde mora la corrupción política e interna dentro de cada persona. No hay esperanza de salir de esta sentencia eterna de maldad.
Este escenario, gracias a Dios, ¡no es la realidad! ¡Nuestro tiempo de vivir en corrupción sobre este mundo creado por Dios tiene fecha de caducidad! Y es más, Dios ha provisto un Arca en Cristo Jesús, y es que todo aquel que cree en El no sufrirá la pena eterna, sino que es reconciliado con Dios y se le es dada una justicia ajena.
El Diluvio fue real. No solamente real, sino universal. El juicio de Dios no es metafórico, ni poético, sino es un hecho seguro. El Diluvio nos recuerda de la severidad del pecado ante el Dios Santo del universo. Pero también nos muestra como Dios elige a malhechores, como los justifica y los salva por Su gracia. Pedro tenía razón, tantos son los que ignoraron el juicio de Dios en el pasado hasta que llegó de repente el Diluvio y se acabó el tiempo de paciencia de Dios para ellos y muchos son los que también ignoran el juicio venidero.
Tenemos que salir de la moda de nuestro siglo y entender que el plan redentor de Dios no tiene el fin de restaurar a mi matrimonio (aunque puede hacerlo), tampoco proveer riquezas materiales en esta corta existencia terrenal. El fin del plan redentor de Dios, es glorificarse a Sí mismo al rescatar unos cuantos de Su propio juicio y darles vida eterna juntamente con Cristo Jesús. Y para los demás, antes juzgó mediante las aguas de su ira y después por las llamas. Y el final eterno de todos los que mueren sin Cristo, sea por agua, fuego, cáncer o accidente, es el lago de fuego.
[Jesús dijo:] Tal como ocurrió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del Hombre. Comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos (Lucas 17:26-27).
J.C. Ryle nos recuerda:
Cuando llegó el Diluvio, los hombres fueron hallados “comiendo y bebiendo, casándose y dándose en matrimonio”, absorbidos en sus actividades mundanas, y completamente independientemente de las advertencias repetidas de Noé. No vieron ninguna probabilidad de una inundación. No creían que hubo peligro. Pero al fin llegó el Diluvio de repente y “los llevó a todos”. Todos los que no estaban con Noé en el Arca se ahogaron. Todos fueron llevados al final para rendir cuentas, sin perdón, sin conversión y sin preparación para encontrarse con Dios. Y nuestro Señor dice, “así será la venida del Hijo del Hombre”. [Traducido por el autor]
¡La razón por la que no nos gusta la muerte de tantas personas cuando Dios envía juicios, es porque somos humanistas! Creemos que todo se centra en el hombre, y estamos engañados al creer que el hombre tiene algo de inocencia ante Dios. Debido a nuestra cosmovisión humanista, se nos complica aceptar el relato del Diluvio y la severidad del mismo. También se nos dificulta comunicar la eternalidad del juicio para el perdido. Confieso que he pasado por momentos en los que he luchado con la idea del lago de fuego. Una eternidad en las llamas es horrenda y en mi humanismo, me parecía injusto. Aunque confío en Dios y Su Palabra, mi mente carnal ha batallado mucho con el concepto del infierno y por eso entiendo el por qué nos cuesta trabajo ser francos con el juicio de Dios a veces. Un testimonio que me ha ayudado con esta falsa dicotomía entre el amor y la severidad del juicio de Dios, viene de la boca de un misionero en África y espero que te ayude también. Por esta razón, me atrevo a compartir esta larga citación del predicador Paris Reidhead:
Ahora les pregunto, ¿cual es la filosofía de las misiones? ¿Cuál es la filosofía del evangelismo?
Si me preguntan por qué fui a África, les voy a decir que fui principalmente para “mejorar” la justicia de Dios. No pensaba que estuviera bien que nadie se fuera al infierno sin la oportunidad de ser salvo, así que fui “para darles a los pobres pecadores la oportunidad de irse al cielo”.
Ahora bien, no lo he explicado más, pero si analizan lo que acabo de decir, ¿saben qué es? Es humanismo. Yo simplemente estaba tratando de usar las provisiones de Jesucristo como un medio para mejorar las condiciones humanas de sufrimiento y pobreza.
Y cuando fui a África, descubrí que los africanos no eran unos paganos pobres e ignorantes corriendo por la selva, esperando que alguien les explicara cómo ir al cielo. ¡Eran monstruos de iniquidad! ¡Estaban viviendo en contra de y con un desprecio al conocimiento de Dios, mucho mayor de lo que imaginaba!
¡Ellos merecían el infierno, porque se rehusaban a caminar a la luz de sus conciencias, a la luz de la ley que ya tenían escrita sobre sus corazones con el testimonio de la naturaleza y la verdad!
Estaba tan enojado, que en una ocasión, al estar orando, le reclamé a Dios que me hubiera enviado con gente que no estaba esperando escuchar como llegar al cielo; pues cuando llegué ahí, me encontré con que ya sabían del cielo, y no querían ir allá porque amaban su pecado, preferían quedarse en él.
Fui allá motivado por el humanismo. Había visto fotografías de leprosos, había visto fotografías de gente con llagas, había visto fotografías de funerales nativos… y yo no quería que mis semejantes humanos sufrieran eternamente en el infierno después de una existencia tan miserable en la tierra.
Pero fue allí, en África, donde Dios comenzó a arrancarme el recubrimiento de este humanismo!
Y fue ese día, cuando estuve orando en mi habitación, con la puerta cerrada, que luché con Dios. Porque ahí estaba yo, llegando a la conclusión, de que la gente que yo pensaba que era ignorante, y que quería saber como ir al cielo, y que estaba diciendo: “¡Que alguien venga a enseñarnos!”, en realidad no quería tomarse el tiempo de hablar conmigo ni con nadie más. No estaban interesados en la Biblia, ni en Cristo; y amaban su pecado y querían seguir en él. Y fue en ese lugar, en ese momento, donde sentí que todo el asunto era una burla, una farsa, ¡y que me habían visto la cara!
Allí, a solas en mi habitación, al enfrentar a Dios con toda franqueza, con lo que sentía en mi corazón, me pareció como si lo escuchara decirme: “Sí, Paris, así es. ¿Y el Juez de toda la tierra no hará justicia? Los impíos están perdidos y se van a ir al infierno; y no porque no hayan escuchado el Evangelio. ¡Se van a ir al infierno porque son pecadores que aman su pecado! Y porque se merecen el infierno. Pero… yo no te envié por ellos. No te envié por su causa.”
Y lo escuché claramente, como nunca; aunque no con una voz física, sino que era el eco de la verdad de los siglos, abriéndose camino a través de un corazón abierto. Escuché que Dios me dijo al corazón ese día algo así: “No te envié a África por causa de los perdidos, te envié a África por Mi Causa… ¡Se merecen el infierno! ¡Pero los amo! ¡Y yo sufrí las agonías del infierno por ellos! ¡No te envié por ellos! TE ENVIÉ POR MÍ… ¿No merezco la recompensa de mi sufrimiento? ¿No merezco a aquellos por quienes morí?”
¡Y eso lo puso todo de cabeza! ¡Y lo cambio todo! ¡Y lo colocó en la perspectiva correcta! ¡En ese momento dejé de trabajar para Micaía por diez monedas y una camisa! ¡Estaba sirviendo a un Dios vivo! Ya no estaba allí por causa de los perdidos. Estaba allí por el Salvador que sufrió las agonías del infierno por mí, aunque Él no lo merecía. Pero sí se los merecía a ellos, porque murió por ellos.
¿Lo ven? Déjenme concluir, déjenme resumir. El cristianismo establece: “El fin de todo lo que existe es la gloria de Dios.” El humanismo proclama: “El fin de todo lo que existe es la felicidad del hombre.” Uno de estos principios nació en el infierno: la deificación del hombre; el otro nació en el cielo: ¡la glorificación de Dios!
Por tanto, ¿lo ven? El fin de todo lo que existe es la gloria de Dios.
Pero el fin de todo no es el juicio de todos. Dios en su gracia nos ofrece el Arca de Cristo Jesús para pasarnos por encima de su juicio eterno contra el impío. Cristo, nuestra Pascua (1 Cor 5:7), nos ofrece Su propiciación en la Cruz del Calvario. El fin de todo, sí es la gloria de Dios, pero Dios ha determinado, por Su gloria, salvar a unos cuantos, reconciliarlos, restaurarlos, rehacerlos, y redimirlos.
Gracias mi Dios por el Arca.
Gracias mi Dios por Cristo.
Glorifícate.