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El Legado del Evangelio

El año de 2018 ha sido el más difícil de mi vida.  En enero, mi madre fue diagnosticada con cáncer; en febrero mis padres fueron víctimas de un asalto en su casa durante la madrugada; el 22 de abril mi padre falleció inesperadamente de un infarto; y el 7 de mayo mi madre falleció debido a complicaciones después de la operación que tubo para remover los tumores.

Es sumamente difícil perder a tus padres, pero es aún más difícil cuando tus padres son el principal ánimo en el ministerio. Un año después de casarnos, mi esposa Cristin y yo estábamos viviendo en E.U. tratando de decidir lo que queríamos hacer con nuestras vidas en relación al servicio a Dios. Cuando platicaba con mi padre, él me animaba a regresar a México a ayudarle con la iglesia que él había iniciado. Después de platicar y orar con mi esposa, que tenía cinco meses de embarazo con nuestro primer hijo, y que en ese tiempo casi no hablaba español, decidimos venir con todas nuestras pertenencias y buscar nuevas oportunidades para servir a Dios. Mi padre tenía una imprenta, y me dio un espacio para comenzar mi estudio de grabación y producir programas de radio cristianos (ahora Clasificación A), él me dio la oportunidad de comenzar a enseñar en la iglesia con la poca experiencia que yo tenía, ya que estaba recién salido del instituto bíblico.

Al paso de los años seguimos trabajando juntos en el servicio a Dios como pastores (junto con otros 2 pastores), y gozándonos en la oportunidad de estar unidos no solo como familia, sino como compañeros en el ministerio. Mi madre siempre fue la callada influencia detrás de mi padre, con su profundo amor por el estudio bíblico y una pasión por la enseñanza y la educación en tantas áreas: inglés, griego, hebreo, música, Biblia, y materias de homeschooling.

Ahora puedo ver hacia atrás y darle gracias a Dios por el legado que mis padres dejaron. Crecí escuchando a mi padre predicar con pasión la palabra de Dios y siempre dando prioridad a las cosas que tuvieran que ver con el reino de Dios. Él tenía lo que él llamaba “el ministerio del pañuelo”, que era simplemente las horas que pasaba con la gente en consejería, que normalmente terminaban con él prestando su pañuelo para que se limpiaran las lágrimas. El don que tenía de discernir cuando algo estaba mal en la vida de una persona es algo que no he visto en nadie más de esa manera hasta el día de hoy. Sabía cuándo alguien necesitaba un regaño, una exhortación o consuelo.

Mi madre siempre se gozó en enseñarnos la Biblia, música y motivarnos a memorizar pasajes bíblicos. Ella no era buena en la cocina. Siempre prefirió estar memorizando un pasaje de la Biblia o leyendo un buen libro. Mis padres siempre nos mostraron a mis dos hermanas y a mí lo que era más importante: el reino de Dios y su justicia. Vivieron para enseñar la Biblia, para animarnos a vivir el evangelio y a vivir en santidad, y su gozo más grande nunca fueron nuestras calificaciones o nuestros logros profesionales. Su mayor gozo siempre fue el vernos seguir en los caminos de Dios y en el temor de Dios. Nunca vi a mis padres más conmovidos y llenos de orgullo que cuando hablaban de lo que Dios estaba haciendo en sus hijos.

Hace dos años tuve la oportunidad de ser invitado junto con mi padre a dar conferencias sobre el matrimonio en la ciudad de Celaya. Fue una oportunidad única. Allí pude dar testimonio del impacto que fue para mi crecer en un hogar donde el ver a mis padres amarse y sobrellevar las pruebas y las aflicciones juntos como una sola carne hizo que yo también quisiera casarme.  Descubrí que no le tenía miedo al matrimonio, porque mis padres siempre mostraron que era algo bueno y deseable, – una bendición de Dios.

Hoy sigo adelante sirviendo a Dios junto con mi familia, pastoreando en la iglesia que mi padre comenzó, aunque todavía (y creo que siempre será así) sigo sintiendo un vacío y el dolor de no tener a las dos personas que más me han influenciado. Pero aun así, doy gracias a Dios, porque me dio un legado hermoso, y estoy aún más animado al pensar en el legado que yo también puedo dejar en mis hijos. No sabemos cuánto durará la carrera que tenemos por delante como padres. Mi padre tenía 68 años y mi madre 64 cuando fallecieron.

Cada día que Dios nos da con nuestros hijos es una nueva oportunidad de hablarles de la Palabra de Dios, mostrarles las prioridades que deben existir en sus vidas, dándoles el ejemplo con las nuestras y corregirlos en la disciplina y amonestación del Señor.

Mis dos hermanas y yo somos viva prueba de que Proverbios 22:6 es verdad: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.”