Estamos viviendo una época sin precedentes. Desde la gripe española de 1918 no ha habido perturbación en nuestra vida cotidiana como la que estamos viviendo con el COVID-19. Según Tedros A. Ghebreyesus, Director General de la OMS:
Esperamos ver el número de casos, el número de muertes y el número de países afectados aumentar aún más… Nunca habíamos visto una pandemia provocada por un coronavirus.
Dios sigue siendo soberano
Es a la luz de nuestra realidad global que deseo abordar un hecho relevante que a menudo es pasado por alto: Dios sigue siendo soberano. El Señor tiene el control de todas las cosas a pesar de lo que podemos ver en el mundo. Y así como Dios es soberano, también es bueno. Esto es lo que podemos entender de la revelación de Dios:
Todo cuanto el Señor quiere, lo hace,
En los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos (Salmos 135:6).
Prueben y vean que el Señor es bueno.
¡Cuán bienaventurado es el hombre que en Él se refugia! (Salmo 34:8).
Si Dios es soberano y bueno, como enseña la Escritura, entonces tiene razones moralmente suficientes para permitir que COVID-19 exista, del mismo modo que tiene razón moralmente suficiente para la existencia (temporal) del mal y el sufrimiento.
Tal vez no lo entendamos (después de todo, estamos limitados en el tiempo y en el espacio). Sin embargo, Dios, en su infinita sabiduría, sabe el porqué detrás de todo. Y es al presuponer estas verdades bíblicas —la soberanía y bondad de Dios— que podemos tomar en serio lo que J.C. Ryle escribió en respuesta a un brote de cólera en 1866:
Los oficiales pueden no cumplir con su deber, y los gobiernos pueden ser lentos en actuar. Los hospitales pueden estar superpoblados y los médicos pueden fallar. Pero el Señor reina y no tenemos motivos para desesperarnos… Esta es la mano del Señor, seamos calmados. La mano que hizo el mundo es demasiado sabia para errar. La mano que fue clavada en la cruz es demasiado amorosa para poner sobre nosotros más de lo que podemos soportar. El cólera es un enemigo que no puede hacer más de lo que Dios se complace en permitir.[1]
Podríamos reformular esas últimas palabras de la siguiente manera: “COVID-19 es un enemigo que no puede hacer más de lo que Dios se complace en permitir”.
Aunque la histeria es de esperar durante una pandemia, como seguidores de Cristo, no debemos ser afligidos por el pánico. Debemos ser contraculturales, como la sal y la luz de la tierra. Tenemos el privilegio de saber que nuestro Dios bueno y soberano tiene todas las cosas en sus manos.
Antes de que COVID-19 llegara a la escena, los hombres no regenerados estaban tan confiados en su autosuficiencia, su dominio científico, y su señorío sobre la creación, que consideraban al Dios de la Biblia como innecesario y por lo tanto inexistente. Es el orgullo del hombre pecador que ha estado en plena exhibición en Occidente desde que la sociedad se apartó de la cristiandad; un orgullo tan antiguo como nuestros primeros padres. Pero tal orgullo cae sobre su rostro, como enseña la Escritura: “Delante de la destrucción va el orgullo, y delante de la caída, la arrogancia de espíritu” (Pr. 16:18).
COVID-19 es un recordatorio de que el hombre no tiene el control de todas las cosas, no importa cuán confiado esté en su propia autosuficiencia, no importa cuán competente sea en el campo de la ciencia, no importa lo que pueda construir o establecer en la sociedad; el hombre no es señor.
La Gran Comisión no está “en espera”
Al mismo tiempo, el distanciamiento social no significa aislamiento total o exilio, como si no se pudiera tener comunión o conversación, ya sea por teléfono o videoconferencia. Siempre he descubierto que cuando le pedimos a Dios por oportunidades de compartir el evangelio, Él proporciona esas oportunidades. Debemos ser valientes para alcanzar y conectar con nuestras comunidades a pesar de las limitaciones.
La Gran Comisión no se pone en espera bajo ninguna circunstancia, ni durante las pandemias, guerras, persecuciones, o recesiones. Al contrario, Jesús dijo:
Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo (Mateo 28:19-20).
En las últimas semanas, las iglesias han estado cerrando sus puertas y haciendo la transición a servicios virtuales. Creemos que estas son medidas necesarias para ayudar a frenar el impacto de esta pandemia. Sin embargo, es necesario recordar que la iglesia sigue siendo importante.
No estoy aconsejando que las iglesias deben reunirse en contra de las recomendaciones de los altos directores médicos que están preocupados por nuestra salud y seguridad. Lo que quiero decir es que el tiempo sagrado de comunión y adoración a Dios debe ser protegido. Puede ser tentador sentarse en el sofá un domingo por la mañana y reemplazar el servicio dominical con Netflix, pero la iglesia, en términos de la reunión de los santos, no está “de vacaciones”.
Por el contrario, ahora tenemos que considerar cómo los santos pueden reunirse y, al mismo tiempo, seguir las pautas de nuestros profesionales de la salud. Varias iglesias han comenzado a transmitir sus servicios en vivo, otras han grabado sus sermones durante la semana y los han publicado para que se puedan ver en familia el domingo. En medio de los tiempos difíciles, muchos miembros han seguido dando monetariamente a la iglesia.
Sigamos buscando la congregación de los santos; sigamos amando y abundando en buenas obras, especialmente en tiempos tan oscuros. En lugar de ver negativamente al impacto de COVID-19 por la cancelación de los servicios semanales, tal vez deberíamos ver esto como una oportunidad para que las iglesias estén más comprometidas con sus comunidades.
En general, las pandemias han cambiado el mundo a medida que avanzan, particularmente en lo que respecta al cuidado de salud. Puede que también cambie la manera en que funcionamos misionalmente como iglesia, tanto a nivel colectivo como localizado.
No importa lo que puede ocurrir en estas próximas semanas o meses, solo podemos orar. Además de pedir por el paso de esta pandemia, levantemos nuestra voz para que el evangelio resplandezca en medio de nosotros durante este período de tinieblas.
[1] J.C. Ryle, “The Hand of the Lord!” Being Thoughts on Cholera (London: William Hunt, 1865).